6.24.2009

Hablando de esto y de lo otro. Un escrito para Rul

Primera Parte: Acerca del arte

Muchos dicen que siempre supieron que querían ser artistas. En mi caso, un día era  medicina, otro leyes o relaciones internacionales, historia… Sí, siendo honesta, siempre me interesó el arte. Pero no entendía lo que eso significaba. Aún no sé lo que eso significa, pero cada vez me importa menos; tal vez porque cada vez entiendo más. O no.

Cuando vi por primera vez No.3/No.13 (Mark Rothko, 1949), entendí de qué se trataba. Fue la primera vez que me quedé horas frente a un cuadro; la primera vez que fotografié una pintura con ganas de que fuera mía. No quería el póster, sino guardar lo que yo veía. Cuando amo algo, quiero hacerlo mío; no con el afán de poseer sino de absorber. Quería entender qué era eso.

Ahí supe a dónde se dirigían las cosas. Entendí lo que significaba la pureza en el arte -no era solamente la ausencia de historias reconocibles, de relatos,  figuras que remiten a un momento o un recuerdo-; era justamente eso “la ausencia de”, “la presencia de”, “la mezcla de” y su armonía. El poder de un color.

Desesperadamente quise pintar, recorrer ese camino y comprender esa búsqueda. Quería oír lo que Rothko pensaba cuando pintaba.  Quería sentir el silencio de ese alivio que supongo él sentía al lograr un cuadro, y el hambre por descubrir el siguiente: la necesidad de lo nuevo. Por primera vez sentía algo por una, así llamada, “obra de arte”. Me transmitió mil emociones en una visita. Empezó el conflicto.

Aún me confunde la idea de lo que “arte” significa.  Me siguen dando risa las interpretaciones en torno a la obras de otros, especialmente de los ausentes. Me dan risa las suposiciones, y me encantan las proyecciones que hacemos al hablar de una pieza. Estoy segura que si Rothko escuchara todo lo que se ha escrito sobre su trabajo, se pondría furioso o se reiría. Ésa soy yo proyectándome.

Aún me persigue lo que sucedió ese día como algo a lo que hay que aspirar, con otros medios, con cualquier medio, pero lograr transmitir  todo en un segundo. No hablo de inmediatez, sino de aquello que te atrapa. Tengo que decir que hoy no pinto; me aterra hacerlo, y envidio muchísimo a los superdotados del dibujo… A veces sigo pensando que eso sí es arte… Son tan capaces e insistentes.

 

Segunda Parte: Acerca de la belleza

Siempre he tenido una concepción de la belleza muy promiscua. Me encanta observar a la gente, las cosas, las situaciones. Tengo la teoría de que todas las personas son hermosas… sin excepción; pero  a veces lo que hacen no lo es.

La belleza se salta la razón y se va directo a las emociones, por eso impacta.  Para mí la belleza es aquello que te hace fijar la mirada. Aquello que te hace soltar una carcajada incontrolable o una lágrima incomprensible. Aquello que te hace guardar silencio. Es peligrosa y gratuita; deliciosa y adictiva. Tan individual que resulta infinita.

Debido a lo anterior me enamoro diario: de una canción, de una persona, de un color, de una pieza, de una frase, y al día siguiente me enamoro de otra canción, de otra persona, de otro color, de otra frase. Esa es mi vida en el arte. Lo tengo muy claro.

 

Tercera Parte: Mi relación con el Arte y la Belleza. (O el miedo al compromiso)

En las mejores películas de amor, el final sucede cuando los involucrados son más felices que nunca; nos vamos con ese minuto de armonía máxima, que en realidad puede durar un segundo, un año o una eternidad… Nunca lo sabremos.

Así deberían de ser todas nuestras historias de amor: terminarlas justo en el momento preciso y atesorar por siempre esa belleza inmutable, el recuerdo de la perfección absoluta.  Sin embargo, queremos más. Nos obsesionamos de aquel dulce sabor y echamos todo a perder por el atasque y la estúpida creencia de la necesidad.

Así es mi relación con el Arte. Cada historia de amor es diferente a la anterior y más adecuada a mi yo en este momento. Ayer fue la escultura, hoy es multimedia y quizás mañana sea el bordado. Ya no me importa tanto el medio, pues siempre estoy buscando la mejor manera de entender y desarrollarme. Ése es mi único fin. Egoísmo puro.

Es por eso que me considero incapaz de etiquetarme en cuanto al arte se refiere, así como soy incapaz de ser una buena fan y de llamarme novia. No me gusta que me dirijan y no me gusta el “deber ser” del artista: me asusta porqué no entro en el canon. No soy ni clavada ni dotada, sólo busco las formas correctas.

No quiero depender de los otros, de sus procesos y sus ideas ni de la información comprada y digerida: quiero lograr rehacer la forma, unirla y partirla por mis pelotas; lograr una amorío con las referencias; aprehenderlas y asimilarlas mas no pretender que me pertenecen. Quiero jugar y que los otros jueguen. Felicidad, diversión e idiotez genuina, ¡deliciosa!

A pesar de que vivo cuestionándome acerca de la idea del arte para otros, hoy lo tengo claro yo. Hoy sé lo que esto significa para mí. Mañana será otro día.

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